Deslizamientos del placer

A Julieta Daprá

Cada vez que voy al chino escucho a una canción guilty pleasure. Quienes me conocen sienten vergüenza ajena por lo bajo que pueden caer mis aficiones musicales. Con los libros pasa lo mismo. El diablo viste a la moda está bien visible en mi biblioteca. Creo que los bajos fondos son indispensables. Cuando leímos en el colegio a Puig y a Vian y nos enseñaron a entender lo que se conocía como kistch o camp, aprendí a disfrutarlo más aún.
Un ex novio, estudiante perenne de letras, me enseñó a los 17 una frase que después sería mi bandera: la profundidad es una pliegue de la superficie. Leía mucho y ese concepto (el pliegue) estaba en boga en el grupúsculo de Filo. Repetían Foucault y Deleuze todo seguido, mal pronunciado, como un mantra mágico que brinda protección.
Lo importante fue que laprofundidadesunplieguedelasuperficie se convirtió en mi mantra. Lo repetí explayándome más o menos, con más o menos cara de asco también, a quienes me miraran con cara de asco por ir a un recital de Katy Perry, de Britney o por estar leyendo a un Premio Planeta.
Según el interlocutor, se pronuncia el mantra protector con más o menos aplomo. La gente tozudamente ineficaz para aprehender ironía se queda callada, a la espera de la explicación que aclare la frase. (¡Obviamente!) No la recibe. Los más rápidos carraspean y agachan la cabeza reconociendo la sabiduría de la máxima.
Hay otros, los que realmente me conocen, que se me ríen en la cara. Son la gente que realmente quiero.

No hay comentarios: