Incoherencias coherentes: acerca de Los libros de la Guerra de Rodolfo Enrique Fogwill.
José M. Núñez
Si algún libro me gusta lo publicito compulsivamente (lo presto y cuando un amigo lo termina de leer se lo paso a otro). Por suerte tengo mala memoria y me olvido de qué presté y a quién. Cuando los libros vuelven me alegro mucho; si no encuentran el camino de regreso lo olvido. A veces el amigo a quien le presté el libro se lo pasó a otro y así sucesivamente. Tal vez esta sea la forma que tienen los libros de hallar sus recorridos extraños, sus lecturas diversas, y sobre todo, de concretar su multiplicidad: múltiple e inasequible. Hay tres autores cuyos libros son difíciles de conseguir y me gusta volver a ojear: Copi, Lemebel y Fogwill. El libro que hoy quería releer es La experiencia sensible. Fue mi primera lectura fogwilliana. Puedo decir, sin ruborizarme, que me deslumbró. Después me enteré de que ese viejo pajero y verborrágico había trabajado con mi padre en una agencia de publicidad y era compinche de mi tío. También dice que estuvo en el parto de uno de mis hermanos (mi madre lo niega, arguye que no dan las fechas).
Hace rato que no llega un libro nuevo de Fogwill. Los dos últimos fueron editados en España. Las incomprensibles políticas editoriales de Random House Mondadori lograron que su presencia en las librerías argentinas fuera escasa o nula. Si bien Los libros de la guerra es una recopilación de artículos dispersos en diarios y revistas, Mansalva lo publicó en la colección de Poesía y Ficción Latinoamericana. No es extraño: es la novela de su vida. Es la construcción del personaje Fogwill y el apuntalamiento de sus convicciones (machacadas en cada reportaje o mesa redonda). Todas están en las 372 páginas: la aversión a lugares comunes bienpensantes, el asco a camarillas en general y a las literarias en particular. Forman un corpus, que lejos de confundir con su variedad de temas, es compacto y arrollador. Podría criticársele el ensañamiento excesivo con algunos personajes (los radicales, el prototipo de estudiante de filosofía y letras, los autores bestselléricos). Lo que cada párrafo pierde de esa pretendida rigurosidad lo gana en atractivo. Las páginas fluyen como la voz de su autor, entretenidas e irónicas. Parte de una idea, una frase o una palabra y pega pega y pega. Lejos del intelectual-opinador que impusieron La Nación y Clarín, dice algo, no se queda en el charabia: se queja de que el gobierno de Alfonsín sea una continuación solapada de un proceso que empezó antes del proceso, se indigna con un sistema educativo que reproduce maestras a rolete, putea contra hipocresías de la industria del libro. Dice nombres, apellidos y fechas. Se detiene entre sus contemporáneos y con lucidez extrema los atraviesa y diagnostica. Eso dispone mal (indispone) para el trato con Fogwill, tanto a colegas como amigos y enemigos. Como su autor, Los libros de la guerra es sincero hasta lo imposible.
En Autorretrato, uno de los textos incluidos en la recopilación, sostiene lo siguiente: "puedo afirmar que creo en la verdad, adhiero a la noción de sentido de los actos y persigo el ideal de autentificación de mí. Esto que afirmo, no tiene nada que ver con mi literatura. Sé que la obra literaria nace cuando no hay nada que afirmar, sino todo lo contrario. Una carrera de director de encuestas de mercado y opinión pública, me enseñó que la gente no sabe lo que hace, no dice lo que sabe y jamás hace lo que dice. Soy uno de ellos. Osvaldo Lamborghini me exigió 'no publiqués antes de escribir, y ahora escribí para aprender a escribir con la boca cerrada'. Alguien decidirá si mi obra prueba que hasta me he permitido burlar la enseñanza del mejor maestro que tuvo la literatura argentina."
Un poco antes de la salida del libro charlé con un lector (uno de sus editores, en realidad). Lamentó la estridencia del personaje que sobresale y tapa al autor de una obra vasta y rica. Fogwill es sus libros, sus libros son su voz. Fogwill es todo eso, un conjunto indisoluble. Aunque viva hasta los ciento cincuenta años y siga balbuceando incoherencias coherentes va a seguir siendo un dedo en el culo para todos nosotros.
Hace rato que no llega un libro nuevo de Fogwill. Los dos últimos fueron editados en España. Las incomprensibles políticas editoriales de Random House Mondadori lograron que su presencia en las librerías argentinas fuera escasa o nula. Si bien Los libros de la guerra es una recopilación de artículos dispersos en diarios y revistas, Mansalva lo publicó en la colección de Poesía y Ficción Latinoamericana. No es extraño: es la novela de su vida. Es la construcción del personaje Fogwill y el apuntalamiento de sus convicciones (machacadas en cada reportaje o mesa redonda). Todas están en las 372 páginas: la aversión a lugares comunes bienpensantes, el asco a camarillas en general y a las literarias en particular. Forman un corpus, que lejos de confundir con su variedad de temas, es compacto y arrollador. Podría criticársele el ensañamiento excesivo con algunos personajes (los radicales, el prototipo de estudiante de filosofía y letras, los autores bestselléricos). Lo que cada párrafo pierde de esa pretendida rigurosidad lo gana en atractivo. Las páginas fluyen como la voz de su autor, entretenidas e irónicas. Parte de una idea, una frase o una palabra y pega pega y pega. Lejos del intelectual-opinador que impusieron La Nación y Clarín, dice algo, no se queda en el charabia: se queja de que el gobierno de Alfonsín sea una continuación solapada de un proceso que empezó antes del proceso, se indigna con un sistema educativo que reproduce maestras a rolete, putea contra hipocresías de la industria del libro. Dice nombres, apellidos y fechas. Se detiene entre sus contemporáneos y con lucidez extrema los atraviesa y diagnostica. Eso dispone mal (indispone) para el trato con Fogwill, tanto a colegas como amigos y enemigos. Como su autor, Los libros de la guerra es sincero hasta lo imposible.
En Autorretrato, uno de los textos incluidos en la recopilación, sostiene lo siguiente: "puedo afirmar que creo en la verdad, adhiero a la noción de sentido de los actos y persigo el ideal de autentificación de mí. Esto que afirmo, no tiene nada que ver con mi literatura. Sé que la obra literaria nace cuando no hay nada que afirmar, sino todo lo contrario. Una carrera de director de encuestas de mercado y opinión pública, me enseñó que la gente no sabe lo que hace, no dice lo que sabe y jamás hace lo que dice. Soy uno de ellos. Osvaldo Lamborghini me exigió 'no publiqués antes de escribir, y ahora escribí para aprender a escribir con la boca cerrada'. Alguien decidirá si mi obra prueba que hasta me he permitido burlar la enseñanza del mejor maestro que tuvo la literatura argentina."
Un poco antes de la salida del libro charlé con un lector (uno de sus editores, en realidad). Lamentó la estridencia del personaje que sobresale y tapa al autor de una obra vasta y rica. Fogwill es sus libros, sus libros son su voz. Fogwill es todo eso, un conjunto indisoluble. Aunque viva hasta los ciento cincuenta años y siga balbuceando incoherencias coherentes va a seguir siendo un dedo en el culo para todos nosotros.
Editorial Mansalva - Colección Poesía y Ficción Latinoamericana
378 páginas AR$56
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