Lugar común la muerte

Me desperté, me desenrosqué del abrazo del equis de turno y parpadeé para acostumbrar los ojos a la claridad. Hace mucho que duermo sin cerrar la persiana, me gusta la luz.
Escuché el sonido de la tableta diciendo que tenía un correo nuevo. Estiré el brazo para mirar quién escribía, más que nada curioso porque nadie escribe un domingo a las nueve de la mañana. Era mi madre, obvio.  Leí pero no llegué a conmoverme. 

Imagino que hoy es un día especial para ustedes. No hace tanto que murió su papá, y cada día debe de estar en sus cabezas o sentimientos con algo que hubieran querido decirle, mostrarle, preguntarle, reprocharle, abrazarlo o lo que fuera.
Lo recuerdo con ustedes en lo mejor que dejó en mí: ustedes en primer lugar, su abrazo, su risa, el esfuerzo que hizo por cuidarlos a su manera, su curiosidad, su capacidad de trabajo y sus ganas de vivir.

Los quiero con todo mi corazón


Un rato más tarde, nuevamente enroscados, el chongo de turno, que se llama Rubén, me dijo que sospechaba que lo estaban esperando en Tandil para un almuerzo del día del padre. Asentí. Me miró y me preguntó si mi padre estaba vivo. Fue la primera persona que formuló la pregunta de una forma no irritante, asumiendo la muerte como una posibilidad, sin más. Tener un nombre tan feo debe venir compensado con superpoderes. Correspondí eso con confianza.
Le dije que no, pero que igual había sido un problema cuando estaba vivo. Que de chico a los once habíamos tenido que hacer terapia familiar porque nos golpeaba y que a los trece lo había bloqueado de mi vida. Y que se murió sin hablar conmigo de muchas cosas. Mi putez, por ejemplo. No recuerdo qué dijo exactamente como respuesta, pero me reí y él también. Me pidió disculpas por no tomarse nada en serio y le dije que estaba bien, que me gustaba eso.
Le pregunté si quería tomar té, café o mate.

No hay comentarios: