El círculo de los mentirosos

Hablaba con alguien con quien generalmente no hablo y saltó el tema de para quién escribo este blog o el otro. Si escribo para mi, para el otro o qué y la pregunta boba, ¿quién me lee?
Todas mis expresiones virtuales son más o menos caretas. Para hablar de otro blog mío, no éste, dijo lo siguiente (perífrasis muy a lo liceo francés, disculpándose por existir): Es abarcativa. Políticamente correcta. Pero no creo que por eso hipócrita. Quizás es una primera impresión hasta que uno verdaderamente se pone a ver y leer. Es el shock de la primera impresión, me parece
Lo que voy a escribir no está filtrado por mi posible lector. No me amedrenta, ¿me entusiasma? La pregunta, obvia e imposible, es: ¿Cómo escribo lo que no puedo decir? Con terapia, me contestará algún imbécil*.
No creo en la falta de inspiración ni en la hoja en blanco. Todo es trabajo y más trabajo. Pero cuando se forma un nudo adentro mío y la frase empieza a ordenarse una y otra vez de venticinco formas distintas y la resistencia me hace rebotar entre punto y coma, poniendo, sacando, y volviendo a poner. Norma Morandini dejó pasar diez años antes de publicar su libro. Probablemente haya millones de casos, ése es el que me viene a la cabeza ahora. No hablo de las novelas perdidas rescatadas por herederos viles y editores rapaces. Duras reescribió El amante cada vez que iba muriendo uno de los protagonistas. 
¿Qué tengo que hacer? Tengo que hacer algo, qué, cómo.

*digo imbécil porque probablemente tenga razón.