El sueño eterno

Hoy le comenté a María que el sábado Joaquina se iba a dormir y no se iba a despertar. Por suerte, su respuesta fue un ruido muy característico suyo que me evita tener que seguir hablando. 
Para evitar ponerme triste, acoté que es raro que la muerte (el sueño eterno) se pueda programar como el comienzo de la vida  (una cesárea).
Un día, hace como quince años, Juanito gritó desde el living "José, mamá trajo un perro". No le creí porque mamá no solía traer perros a casa. Pero como había ruído y escuché un ladrido, fui al living y conoci a Joaquina. Estaba flaca, muerta de hambre pero feliz. No paraba de mover la cola y de moverse. Nos engañó a todos haciéndose la simpática. Vivía hace bastantes días con Joaquín, el borracho de la estación. La llevaba y la traía pero no le daba de comer y quería venderla por diez pesos. La dueña de la lavandería de la esquina se hartó de ver al borracho con la perra y lo instó a entregarla en adopción. Cuando mi padre pasó por la esquina, devenida canil-casa cuna, Maria del Carmen (así se llamaba la dueña del laverrap), no tuvo mucha dificultad para convencer a mi madre. Joaquina tampoco.
Fue la cuarta "J" en una familia que ya tenía Juan, José y Javier. Su nombre es, claro, un homenaje a quien fue su efímero tratante. 

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