Dar la muerte

Cuando atendí a mi madre esta mañana le pregunté si podía llamarla diez minutos más tarde y dijo que no. Siguió hablando y me dijo que mi tía estaba internada y que no esperaban que pase de esta noche.
Mi tía ya no es mi tía, es Maigüa o la madre de mis primas. No importa mucho, esas cosas nunca importan mucho; Es la persona que me enseñó a pintar.
Hay algo sumamente triste y agotador en este año. Aunque los años calendarios sean convenciones y uno se ciña a ellas, lo cierto es que hay algo de esa rutina infinita que nos marca y nos limita (es enero, es diciembre o es marzo y así).
Hace once meses deseé que este año sea mejor. Lo quise intensamente, lo susurré sosteniendo una copa de champagne, como escondiendo los deseos de las velitas de cumpleaños para que se cumplan. Y el año calendario me la mandó guardar y me la tuve que comer doblada. Me la comí cuando tuvimos que volver precipitadamente el primero porque un caño explotó un 31 de diciembre a la noche. Me la volví a comer cuando mi noviazgo de dos años llegó a un final. Me la seguí comiendo cuando me cagaron con un laburo y me enfermé y tuve más problemas en el trabajo (el que sí tenía, a pesar de todo). Y me la sigo comiendo mientras lloro viendo gente que se muere. Y la verdad es que no tengo más ganas de atragantarme con este año. Y el 31 no voy a desear un año mejor. Esa noche, con la bebida espirituosa que tenga el privilegio de llenar mi copa, voy a mirar algún pedazo de los Andes o un lago, y voy a tener la certeza de que todo va estar bien, con año calendario limitante, o sin.
Pensé todo esto cuando iba de camino a reunirme con mi madre y hermanos para ir juntos a la clínica. Me gustaría decir que me sorprendí con otro cuarto excesivamente blanco y otro sillón incómodo, pero no puedo. Mi tía dormía (si es que el verbo alcanza para el trance narcótico y forzado al que estaba sometida). Su pecho subía y bajaba al tiempo que un ruido, ronquido asmático mal articulado, perturbaba a los presentes impidiéndoles olvidar la enfermedad. Su cuerpo estaba deformado, nos enteramos, por la cortisona y los tumores. Juan, mi hermano, lo dijo más tarde: fue ver a papá de nuevo. El nuevo marido de mi tía estaba ahí. Antes de irme me esforcé en abrazarlo. Nunca lo quise pero no es su culpa. Hay muchas cosas que no son culpa de nadie. La muerte, por ejemplo.

1 comentario:

Lápiz Azul dijo...

Todo lo que escribís lo siento propio, el año y las muertes y la enfermedad y sus límites. Con belleza, con palabras que amortizan la crudeza.
y brindo con vos por lo que vaya a venir...