Canción de paz

Falleció hoy Rodolfo Enrique Fogwill. Quique, para los amigos, aunque yo nunca le dije así.
Era era amigo de mi papá, trabajaron juntos en publicidad. La leyenda cuenta que lo atendió a horas inhóspitas para prestarle plata para merca. Fogwill decía que estuvo en mi parto, o el de mi hermano, pero  mamá dice que no, que es imposible.

Ya de grande lo conocí como el escritor hinchapelotas que venía a la librería para saber cómo estaban sus ventas, asegurarse de que su libro estaba exhibido y pedir autores inconseguibles o aún no publicados. También como un viejo  baboso que correteó lo incorreteable y hacía huir a mis compañeras de trabajo. Dijo la mayor cantidad de groserías que le escuché a alguien: se esforzaba en caerte mal. Podía decir un sinnúmero de cosas horribles en muy poco tiempo, dejándote pasmado con su capacidad para herir.

Cuando Fogwill me pidió cien pesos no pude hacer otra cosa que prestárselos. Sentí que había algo gracioso y sumamente patético, pero imprescindible, en esos gestos (su pedir y mi dar). El Fogwill con el que me encariñé (además del escritor) era un tipo que me hacía pensar en mi papá, en esa voluptosidad con la vida. Fue ese Fogwill que posteó un comentario en mi blog cuando puse una reseña de un libro suyo.
Era alguien que prestaba atención a mis lecturas y que, sobretodo, me hacía parte de las suyas, me enseñaba a calificar justamente a escritores noveles y consagrados. Se tomaba la molestia de poner el dedo sobre un renglón y marcar un adjetivo innecesario, una coma mal puesta, o una construcción artificiosa. Además de su carrera como escritor Fogwill tuvo otra menos conocida e igualmente valiosa. Promovió constantemente escritores desconocidos o poco leídos: su generosidad para los que creía valían la pena era ilimitada. Cuando le parecía que un autor valía la pena insistía e insistía. Cuando alguien le caía mal lo denostaba hasta lo innecesario con una mordacidad sin igual.

Es, sobretodo, porque eso va a seguir siendo, el cuentista que me sedujo con una vieja edición de Ejércitos imaginarios, al que tuve el placer de conocer más como novelista con La experiencia sensible. Es el  gran polemista que mete un dedo en el culo con Los libros de la guerra y con los infatigables comentarios impropios acerca de lo que está bien y lo que está mal en la literatura. Es el que escribió tantos otros libros (y en tantas editoriales).
Fogwill era alguien insoportable, encantador.
Lo voy a extrañar mucho.

4 comentarios:

Blue dijo...

Es el mejor obituario que leí sobre él hasta ahora.
Qué lindo haber podido conocerlo.

laura dijo...

Qué bueno que lo hayas querido así, José. Sensible como era, no caben dudas de que apreció tu honesto y sencillo querer.

Xim dijo...

hermoso, profundo, dulce, tierno. Vos, él.

maji dijo...

te felicito.