1.
Un amigo limpiaba un rifle al lado mío. Recuerdo las imágenes de lo que hacía y recuerdo también la palabra que define su proceder, que no es limpiar, es astiquer. El verbo en francés quiere decir "volver brillante algo por el frotamiento". Sabía, también, en todo momento, que el arma se iba a disparar y recuerdo que sentí una creciente tensión a lo largo del sueño. Se liberó cuando el gatillo cedió por error y el ineluctable disparo se produjo. Detuve la bala: mi mano se convirtió en un amasijo de sangre y tendones. La implosión resultante destruyó el arma y enojó a mi amigo que lamentó la perdida del artefacto.
Desperté porque el dolor era tan fuerte que me paralizaba el brazo. Fran, que estudiaba al lado, sacó la vista del apunte y me miró.
—¿Qué pasa?
Sacudí el calor molesto que impregna mi cuerpo durante las siestas y le conté.
2.
Hoy soñé brevemente. Le diagnosticaban a mi padre cancer de cráneo (no de cerebro: de cráneo) y la angustia fue tanta que abrí los ojos y desperté. Acongojado, llamé a Fran para contarle; el teléfono sonó y no atendió. Mientras mis ojos se acostumbran a la luz recordé que mi padre estaba muerto y sentí algo parecido al alivio. Un alivio que no era liviano, que corroía.
Volví a dormirme.
3.
Cuando llegó Fran y le pude contar lloré un poco. Me abrazó y me explicó que la función neurológica del sueño es superadora.
—Si te despertás, queda claro que no podés lidiar con algo.
—Con qué, pregunté.
—En este caso, con la muerte, obvio.
—Qué quiere decir el otro sueño, repregunté entonces, el de la bala.
—¿Qué tiene que ver ese sueño? Si con ese justamente pudiste superar el tema y esquivar la bala.
—¿Qué? Enmudecí.
No: yo había soñado otra cosa y me había despertado del dolor en el brazo. Le conté en detalle el sueño. No podía haberme despertado sonriendo. El dolor punzante, hasta el codo, había permanecido un rato hasta que se fue.
—No. Te despertaste sonriendo y te vi tan contento que te pregunté que te pasaba.
—¿Cómo, sonriendo?
—Sí. Habías evitado la bala o el disparo.
Le dije que no, que había pasado otra cosa y que se debía estar confundiendo. Me dijo que no, que era obvio que él se acordaba bien porque él estaba despierto y el que dormía era yo. No tenía mucho sentido. Eran dos cosas distintas, contrarias.
—Entonces, soñé que soñaba y que me despertaba y que vos estabas ahí.
—Puede ser.
2 comentarios:
Esa descripción del alivio que corroe me puede un poco. Es de una tangibilidad gráfica increíble.
Mmhm
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