Traté de dibujar la forma en la que el sol dibujó una línea en el río el sábado y no me sale bien. Durante mucho tiempo pinté muestras de sol hasta que una profesora en el colegio me dijo que mis dibujos eran "trop simples". Mientras escribo esto recordé que me gustaban las puestas de sol porque las miraba con papá desde el octavo piso de su departamento sobre Maipú, en Vicente López. Mirábamos juntos los colores del cielo y siempre me sorprendía que en un momento el sol estaba ahí y enseguida no.
Es raro pensar que mirando para atrás me recuerdo mirando atardeceres y que cuando esparcimos sus cenizas era un rato después del amanecer. No me incomoda la contradicción.
El otro día una amiga me preguntó si había escrito algo de todo lo que había pasado con el tema de las cenizas de mi padre y le dije que no. Me senté hoy para escribirlo pero no puedo. Pienso en papá y no puedo detenerme en detalles como "tías enojadas" o "exes pelotudas"; me abstraigo de inmediato y me alejo y pienso en escenas como la de Maipú 851.
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