Las escapadas pre-estivales (Pinamar primero, la Infeliz después) mejoran el panorama que implica la histeria colectiva que es diciembre. Tuve por primera vez desde que no tengo memoria tres días de descanso seguidos en Buenos Aires. En San Isidro. Eso incluyó meterme en la pileta (la inmersión es un decir, el agua llega sólo hasta mi cintura) y mirar los verdes de la enredadera.
En Mar del Plata vi una película y un cuarto y comí un promedio de cinco a seis medialunas diarias que me hicieron muy feliz. Devoré una gran parte de lo que flota en el mar y de lo que camina. Y me unté con protector solar. Y besé un poco a mi novio en la playa. E hicimos un castillo juntos.
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