Escribí esto para una revista que todavía no sé cómo se llama, ni cuándo va a salir. Acá va:
Acerca de Bésame de nuevo, forastero de Pedro Lemebel
por José M. Núñez
Si no leyeron a Pedro Lemebel, hoy es un buen día para empezar.
Ahórrense la reseña de su último libro y vayan a una librería y pidan De Perlas y Cicatrices, o Tengo Miedo Torero. El primero es un libro de crónicas de fácil lectura y dificil digestión. El segundo, una novela muy kitsch, que narra los devaneos amorosos de una travesti con un pendejo revolucionario. Lo que leí hasta ahora de Lemebel es similar: breve y contundente. Si no quieren ir a una librería lean en lemebel.blogspot.com su manifiesto (Hablo por mi diferencia). Empieza así: "No soy Pasolini pidiendo explicaciones/ No soy Ginsberg expulsado de Cuba/ No soy un marica disfrazado de poeta/No necesito disfraz/Aquí está mi cara/Hablo por mi diferencia/Defiendo lo que soy/Y no soy tan raro". Si mi prédica de vendedor de alfombras no resultó convincente, sigan leyendo.
Conocí a Lemebel cuando vino a Buenos Aires para presentar Tengo Miedo Torero. Llegó tarde y demoró en bajar del taxi porque estaba levantándose al chofer. No recuerdo si obtuvo el teléfono del taxista, pero sí tengo presente la impresión que me dio. Esperaba a alguien extravagante (me habían adelantado que era toda una lady) y me sorprendió un señor gay muy flaco, algo avejentado. Extremadamente digno en su mariconada, por decirlo de alguna forma. Nos agasajó con un debate lúcido y una cena divertidísima. Expié mis prejuicios penetrando su novela en una lectura que hoy recuerdo golosa.
Bésame de nuevo, forastero fue publicado por Eloísa Cartonera (decir publicado es ser generoso con un sello que reparte cosas mal pegadas, mal corregidas y mal editadas, pero salvemos las distancias.) Tiene ocho crónicas/relatos/cuentos/historias: lindos todos.
Como Jaime Baily o Fernando Vallejo, Lemebel necesita decir su homosexualidad. En cierto punto cualquiera podría pensar que se vuelve repetitivo o tedioso; por suerte no es el caso. Y creo que es por suerte y no por decisión. La brevedad de los textos que compone Pedro Lemebel deja un gusto agridulce en el paladar, mezcla de tristeza y nostalgia. ¿La vieja loca que los escribe no quiere o no puede seguirlos? ¿Hay diez cuentos con pasiones breves por cada novela con un gran amor? Él sabe.
Decir que leer Lemebel es entretenerse con los zigzageos amorosos de un puto viajero es idiota. Toda su prosa (su poesía) está atravesada por una consternación ante las injusticias que atraviesan a la sociedad chilena en particular, y a los latinoamericanos en general. En el cuarto texto del libro, Canción para un niño Boliviano que nunca vio la Mar, se avergüenza del “verso neopatriótico de algunos chilenos (…) cuando hablan del mar ganado por las armas”. En la siguiente crónica el “comedor popular de los niños villeros cancela el vértigo” de la “bohemia ilusión” del hotel Boquitas Pintadas, en Buenos Aires.
Lemebel es un agónico incurable: sufre de tanto amar a la vida. Sus textos están marcados por el compás de su corazón. Se contraen y dilatan con los recuerdos de amores que fueron, que pasaron, que volverían a ser.
por José M. Núñez
Si no leyeron a Pedro Lemebel, hoy es un buen día para empezar.
Ahórrense la reseña de su último libro y vayan a una librería y pidan De Perlas y Cicatrices, o Tengo Miedo Torero. El primero es un libro de crónicas de fácil lectura y dificil digestión. El segundo, una novela muy kitsch, que narra los devaneos amorosos de una travesti con un pendejo revolucionario. Lo que leí hasta ahora de Lemebel es similar: breve y contundente. Si no quieren ir a una librería lean en lemebel.blogspot.com su manifiesto (Hablo por mi diferencia). Empieza así: "No soy Pasolini pidiendo explicaciones/ No soy Ginsberg expulsado de Cuba/ No soy un marica disfrazado de poeta/No necesito disfraz/Aquí está mi cara/Hablo por mi diferencia/Defiendo lo que soy/Y no soy tan raro". Si mi prédica de vendedor de alfombras no resultó convincente, sigan leyendo.
Conocí a Lemebel cuando vino a Buenos Aires para presentar Tengo Miedo Torero. Llegó tarde y demoró en bajar del taxi porque estaba levantándose al chofer. No recuerdo si obtuvo el teléfono del taxista, pero sí tengo presente la impresión que me dio. Esperaba a alguien extravagante (me habían adelantado que era toda una lady) y me sorprendió un señor gay muy flaco, algo avejentado. Extremadamente digno en su mariconada, por decirlo de alguna forma. Nos agasajó con un debate lúcido y una cena divertidísima. Expié mis prejuicios penetrando su novela en una lectura que hoy recuerdo golosa.
Bésame de nuevo, forastero fue publicado por Eloísa Cartonera (decir publicado es ser generoso con un sello que reparte cosas mal pegadas, mal corregidas y mal editadas, pero salvemos las distancias.) Tiene ocho crónicas/relatos/cuentos/historias: lindos todos.
Como Jaime Baily o Fernando Vallejo, Lemebel necesita decir su homosexualidad. En cierto punto cualquiera podría pensar que se vuelve repetitivo o tedioso; por suerte no es el caso. Y creo que es por suerte y no por decisión. La brevedad de los textos que compone Pedro Lemebel deja un gusto agridulce en el paladar, mezcla de tristeza y nostalgia. ¿La vieja loca que los escribe no quiere o no puede seguirlos? ¿Hay diez cuentos con pasiones breves por cada novela con un gran amor? Él sabe.
Decir que leer Lemebel es entretenerse con los zigzageos amorosos de un puto viajero es idiota. Toda su prosa (su poesía) está atravesada por una consternación ante las injusticias que atraviesan a la sociedad chilena en particular, y a los latinoamericanos en general. En el cuarto texto del libro, Canción para un niño Boliviano que nunca vio la Mar, se avergüenza del “verso neopatriótico de algunos chilenos (…) cuando hablan del mar ganado por las armas”. En la siguiente crónica el “comedor popular de los niños villeros cancela el vértigo” de la “bohemia ilusión” del hotel Boquitas Pintadas, en Buenos Aires.
Lemebel es un agónico incurable: sufre de tanto amar a la vida. Sus textos están marcados por el compás de su corazón. Se contraen y dilatan con los recuerdos de amores que fueron, que pasaron, que volverían a ser.
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