San Isidro, el pago de la costa

Vanesa casi me escupe su cerveza atragantada por la risa. Le pregunté qué le pasaba. Señaló al grupito de blondas sentadas a medio metro nuestro y anotó en un papel: "chica San Isidro dixit: Aprendí a no ser tan whatever. Al día siguiente fui al Único de San Isidro. Nunca había pisado ese lugar. Un par de días antes había conocido el de Palermo, donde, después de estar un minuto mirando alrededor mientras esperaba mi trago, le pregunté a Javier si vendían merca. Me dijo que sí, que obvio. En el otro había mucha gente grande, y pantalones pinzados. Y música muy fuerte. En San Isidro siempre es verano. Y si no es, parece. La gente sale toda la semana. Va vestida bien pero no tan bien. Elegante sport. Es como si Libertador fuera una eterna rambla en la que todos están relajados, recién salidos de la ducha después del día en la playa. La crisis económica nunca existió. La gente es rubia. Si no es rubia, se tiñe. Si tiene rulos se hace la permanente.
Le pregunté a Javier si tenía pantalones pinzados en su ropero. ¿Pantalones qué? (música muy fuerte) ¡pinzados! No, no tenía.
Sonreí.

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