El hombre que amaba a los perros

Mientras buscaba una carilina le pregunté a Pablo si él me las tiraba. Me dijo que sí, que cuando se las cruzaba, las tiraba a la basura tratando de no tocarlas. Siempre tengo una carilina en el bolsillo del pantalón o de la campera. O tirada en cualquier parte. Es una costumbre familiar. Papá siempre insistía con los pañuelos de tela, que tenía siempre impecables. Mamá nunca los promovió pero siempre tuvimos pañuelos de papel cerca.
Hoy acompañé a mi madre al veterinario con Joaquina. Mi perra es la reina de Acassuso hace quince años. Victoria (así se llama la veterinaria que nos atendió, que no era la que siempre ve a Joaquina) nos dijo de una forma sumamente educada y correcta que no quedaba más que buscar las formas más adecuadas de paliar el dolor hasta tomar la decisión de la eutanasia. Antes de que dijera todo eso yo ya estaba llorando a moco tendido porque entendí varias cosas (todo esto mientras revolvía el abrigo de mi bolsillo para buscar una carilina y encontrar otra para pasarle a mi madre).
Lo primero: ella ya había tenido que decir eso varias veces, y que su forma suave pero clara de decirlo era resultado de una buena educación, una carrera y práctica. Lo segundo: me quedó claro es que ella sabía que no nosotros sabíamos lo que ella iba  a decir antes de empezar a hablar. No necesitó decir más que algunas palabras, apretar algunas teclas, para que el sentido general se desplegara. Lo tercero:  una sensación que, después, con algo que dijo, comprendí. Ella parecía genuina (pero profesionalmente) conmovida por lo que estaba pasando. Después nos explicó que un perro de ella tuvo el mismo tipo de cancer en el mismo lugar, y que entendía el dolor que representaba para el perro y para nosotros. Cuando le puso una sonda a Joaquina para hidratarla le hizo un mimo en la cabeza. Me cayó bien Victoria.

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